60.000 minutos es una
cifra ante la que una mayoría de nosotros no somos capaces de darle
sentido en nuestro cerebro. Podríamos deducir fácilmente que se
trata de 1.000 horas, tiempo que anduvo el gran Andrés Calamaro
buscando bajo la lluvia, pero seguiríamos sin asignarle una
temporalidad concreta. Ironía esta de nuestra medición de las cosas
y su medida. También supondría al cabo de un año representar
semanalmente una obra de teatro por una compañía teatral. Mil horas
es tiempo suficiente para acabar un máster en alguna especialidad,
es también la cantidad de horas más o menos asignadas para las
vacaciones de muchos trabajadores precarios de estos que tanto
abundan en nuestra sociedad actual. Ni siquiera las vacaciones de
Navidad tan necesarias para salir de la rutina, aunque de por sí
rutinarias o bien anuales, duran tanto tiempo.
Pues bien, entre tanta
pantomima navideña, cargada de hipocresía y felicidad embotellada,
entre tanto bulo llamado Papá Noel y cine de culto como “El
discurso del rey”, se esconde una realidad tan sucia que sería
digna del mismísimo John Fante. Pero en este caso transgrede el
ámbito individual de la historia narrada, salpicando al prójimo y
obligándolo a formar parte del relato, mas bien convertirlo en actor
secundario y, a veces, en el principal. El mismo sistema que nos
obliga a consumir felicidad nos obliga a acatarla bajo su yugo,
oprimiendo al que se niega a participar y al que participa pero en
distintas dosis.
Encontramos , por tanto
dos tipos de persona. La primera acepta las normas y acata lo
establecido, ya sea comprar la ilusión navideña en forma de cupón,
de regalos para los niños o de darte cuenta de lo que quieres a tu
familia ya que no va a tocarte la lotería con el cupón de la peña
del fútbol. Se trata de la forma más general de persona, que
encontramos día a día. La segunda de las personas que refiero se
apellida Inconformista, Antisistema, Revolucionario, Idealista o
Bicho Raro. Son gente que no se cree la actuación que ven ante sus
ojos, pese a estar inmersos en ella, que sospechan de las sombras
escondidas tras los focos y aplauden o lloran el acto en función de
su sentido común. Son gente que no se limitan al presente, que
tienen ojos en la nuca para analizar las escenas anteriores y, sobre
todo, mente para diseñar en un futuro su propia obra.
De este último tipo de
personas es Alfon. Le tocó un papel principal dentro de una obra de
segundo grado del proceso neoliberal que se está gestando en el
mundo de manos de la triada imperialista
Japón-Europa(Alemania)-EE.UU. Pero como el buen arte, no será
apreciada con toda su importancia hasta que el tiempo, tan buen
maestro como verdugo, le dé el visto bueno de la experiencia. Y el
caso es que este muchacho no lleva 60.000 horas en prisión, sino
más, cifra que incrementa por cada palabra que vamos asimilando.
1.440 horas más cada día, una eternidad para el y todos los que lo
están sufriendo de primera mano. Alfon ocupa el puesto de actor
secundario en lo que está siendo una de las mayores obras dramáticas
para deleite exclusivo de la neoburguesía desde la Transacción.
Valle-Inclán debe estar agonizando desde la tumba. Esto es el mundo
al revés, pero bueno, Spain is different. La prensa calla, cuando
habla es para criminalizar a Alfon por formar parte de una hinchada
de fútbol violenta. Qué tendrá que atender un lateral derecho
cuando el entrenador habla del extremo izquierdo, pues bien, Cruyff
lo tenía claro y nosotros también. Este muchacho es culpable en
todo caso de asistir a una huelga general, herramienta motora de la
historia del estado moderno aunque para Ignacio González solo
suponga una traba en el desarrollo, es culpable de pensar que un
teatro como este no vale tan caro como nos lo están cobrando. He
vivido en carnes propias lo que es seleccionar a un muchacho de entre
el público para convertirlo en víctima de esta burda actuación,
Antonio Morillo fue agarrado de entre un grupo de personas como el
gancho de una máquina de un bar agarra a un peluche. Alborán
Martínez sufrió en carne propia la privación de 6 días de
libertad por ¿alarma social?. Ambos tuvieron que declararse
interesados de participar en la obra y pagar una cifra de 2.500€
por la entrada. O Aurore
Martín, detenida en Francia por pertenecer a ¿ETA?, o algo así
dijo el juez. Ella tuvo que pagar 15.000€.
Basta ya de montajes
baratos, de teatros comerciales para infundir vuestro maldito
mensaje: MIEDO. Alarma social es que la sanidad se esté privatizando
a un ritmo vertiginoso en la Comunidad de Madrid, que la educación
se esté precarizando hasta el punto de caerse literalmente el techo
del IES Lluis Vives en Valencia. Alarma social es que mueran
inmigrantes de hambre en África, que infundáis la idea de que
vienen a quitarnos el trabajo y que nosotros tengamos que emigrar al
extranjero. Terrorismo es que matéis a gente mediante desahucios.
Terrorismo es que prohibáis que la gente se manifieste. Todos estos
días me he preguntado hasta qué punto se ha desarrollado la
Operación Camelot iniciada sobre 1963 para intentar paliar el germen
revolucionario que se estaba gestando a lo largo del mundo y que
desembocaría en las Revoluciones de 1968, fenómeno calificado por
Karl Marx en 1848 como “primavera revolucionaria”. El verdadero
virus es el sistema, se llama miedo. Pero Marx tenía razón y
también Pablo Neruda: Podrán cortar todas las flores, pero no
podrán detener la primavera.
Escrito por un compañero de CSE Granada.
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