Hace no
muchos años trataba de ser una mujer perfecta. Una mujer de esas que
callan y obedecen, que sonríen o no muestra sentimiento alguno según
le ordenen. En ocasiones perdí hasta mi nombre, pasando a ser “la
mujer de”, pasando a estar pisada bajo “te quieros” que nunca
debería haber oído. Para muchxs era la pareja perfecta, para mi,
era una simple traición, me había traicionada a mi misma por
haberme convertido en la mujer que querían que fuera y no en la que
yo quería ser.
Es por
eso que ahora no quiero que nadie me diga que debo hacer, cuando
callar, que decir, con quien hablar... no, ahora no quiero que nadie
me diga quien tengo que ser porque yo, y solo yo, soy la que tiene el
poder para hacerlo.
Quiero salir, quiero hablar, gritar, ser una
sosa, una malafollá, no me importa lo que pueda parecer, porque seré
como quiera con quien quiera. Basta ya de guardar la compostura, de
sonreír mientras te mira un idiota y no puedes sostenerte sobre un
tacón de 15cm, esto ya no pasa. He perdido el miedo a que me
insulten, ya no me importa ni lo que me diga, ni quien me lo diga. He
perdido el miedo a decir que no quiero depender de nadie, porque no,
no voy a depender de nadie. Ya no me asusta el temor infundado
socialmente a ser violada, pienso que tengo la suficiente fuerza para
salir de cualquier situación. Ahora la única ue decide sobre mi soy
yo.
Y es que
muchas veces el propio miedo y el caer lo más bajo posible es lo que
te hace fuerte y capaz de levantarte, es lo que te hace creer en ti
misma, porque si tu no crees en ti, nadie mas lo hará.
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